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3 de enero de 2015

Gritos y susurros (Viskningar och rop, 1972), de Ingmar Bergman


"Un día de verano. Hace fresco, como un anuncio del otoño, pero luce el sol. Mis hermanas, Karin y Maria, han venido a visitarme. Es maravilloso volver a estar juntas, como antes, como en la infancia...".


Cuando Agnes (Harriet Andersson) se encuentra profundamente enferma, sus dos hermanas, Maria (Liv Ullmann) y Karin (Ingrid Thulin), deciden reunirse con ella en una vieja mansión familiar. Mientras Agnes vive los últimos pálpitos de su corazón, las personas que están a su alrededor se muestran tal y como son, incluida su fiel sirvienta Anna (Kari Sylwan).

Nos encontramos ante el trigésimo-tercer filme del realizador sueco Ingmar Bergman, situado en una etapa particular dentro de su filmografía en la que el cineasta se dedicó a analizar y retratar las relaciones de pareja — La carcoma (1971) o Secretos de un matrimonio (1973), posterior a ésta que nos ocupa. Bergman, conocido por su prolífica carrera — 1946-2003 — y por haber realizado varias obras cumbre del cine mundial como Persona (1966), El séptimo sello (1957) u otras tantas de las muchísimas que llegó a filmar. Con la ayuda de su mítico director de fotografía — Sven Nykvist, galardonado con el Óscar a mejor fotografía por esta misma obra — Bergman despliega un torrente de rojos, de blancos y de negros inigualable, de una belleza extraordinaria e hipnótica. Todo ello al compás de las vitales y elegantes composiciones de Chopin y de Johann Sebastian Bach, utilizadas de forma bastante austera, con ligeros toques que acompañan y dan fuerza a escenas puntuales. 


La narrativa se estructura en tendencias simples, separadas entre sí por llamativos fundidos en rojo: las dos mujeres visitan a su hermana enferma y, entre medias, tres flashback de cada uno de los personajes principales — todos mujer: pues nos encontramos ante una de las óperas más abiertamente feministas de Bergman — en el que se dan lugar viejas historias ocurridas en esa misma mansión, hace años. También podemos encontrar una evocación totalmente fantástica y terrorífica por parte de la criada, Anna. La película vive de una pequeña residencia en un lugar desconocido, y esa residencia vive de las personas que habitan en ella, por tanto hablamos de una película de personajes, donde la trama se puede resumir en dos líneas y donde el enfoque es claramente humanístico, eludiendo otros elementos. Tres hermanas opuestas, tres hermanas con una historia a sus espaldas y una fiel criada. Sobre todo me llaman la atención Maria y Karin, personajes muy relacionados entre sí pero con personalidades totalmente contrapuestas. Maria es cálida y radiante, sensual, y también hipócrita: engaña a su marido y nunca muestra su verdadera cara, siempre sonríe para controlar la situación aunque verdaderamente ella no lo sienta así. Representa el rojo y el lado infantil. En el otro lado, Karin, un personaje fuertemente marcado por las carencias afectivas que le propició su madre cuando era pequeña, siempre prestando atención a Maria. Malvive en una relación conyugal insana que la reprime y muestra una personalidad traumática. Representa el negro y el lado intelectual. Anna es, sin duda, el personaje más bondadoso de la cinta, y también uno de los más maltratados por estar totalmente fuera de lugar, denostado por la particular relación destructiva de Maria y Karin. Agnes, por su parte, se muestra hacia al final como un ser sensible que disfruta de la compañía de sus familiares. Increíble el trabajo de todas las actrices, dándose como nunca a una cámara, ¡qué primeros planos!


Una obra fuertemente marcada por el existencialismo, por la desgana vital y el vacío existencial, cuya base se sustenta en el desarrollo de unas relaciones personales ahondando en temas como la muerte. De ritmo somnoliento, aunque lúcido; totalmente hipnótica. Bergman nos guía a través de una poderosísima puesta en escena teatral por una de sus obras más íntimas y personales. Cabe destacar, y con intenciones premeditadas por parte del cineasta, el vigoroso erotismo que desprenden algunas escenas de la cinta; y es que el realizador sueco nos deleita, primero: con su exuberante y magnífica actriz fetiche, Liv Ullmann, en un rol increíblemente sensual, y segundo: con escenas protagonizadas por ésta misma como el encuentro detrás de la puerta con el médico de la familia o algunos encuentros con Karin, su hermana, que desprenden una brutal calidez. Ya lo hizo en Persona (1966), filmando una de las escenas más eróticas que yo recuerde en pantalla con sólo un par de recursos. Colosal, de las que permanecen. 

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