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23 de octubre de 2018

Notas sobre 'Gritos y susurros' (1972, Ingmar Bergman)



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Fotograma y paleta de colores en 'Gritos y susurros'
Andrés Serrano, 'iconoclasta creyente' por excelencia, usa en su obra leche y sangre, en dos cubetas distintas. La leche de la madre (la Virgen María) y la sangre del hijo (Cristo). Mezclar estos dos componentes simbólicos supone un problema, siguiendo el dogma del judaísmo y del 'Torá'. Bergman juega, durante todo el filme, con la iconografía cristiana y diversos conceptos, de manera simbólica, como la muerte, el más allá o la felicidad terrenal (imperfecta y finita, humana). La angustia y el vacío como camino a la agresividad (o a la represión de la misma) y a la muerte; la sexualiadad y el erotismo como pulsión, como irracionalidad y en relación constante, precisamente, con la muerte y el Tánatos (se nace y se muere).

Fotograma de 'Gritos y susurros'

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Fotograma de 'Gritos y susurros'

'The Crucifixion' (1933, Francis Bacon)
'Grito nº7' (1959, Antonio Saura)

En el filme, durante el entierro a raíz de la muerte de Agnes, enferma de cáncer, es comparado su sufrimiento con el de Cristo en la cruz. El sufrimiento que ambos han tenido que perecer, en la incertidumbre, en el paso de lo finito a lo infinito: en su vuelta a Dios. Los gritos de Agnes, como dolor y angustia, nos recuerdan los sufrimientos del personaje; del mismo modo, Antonio Saura comparó en uno de sus gritos esta acción, que no puede evocar otra cosa que desazón (desde Munch en las artes plásticas), con una pose de Crucifixión.











Fotogramas de 'Los comulgantes' (1936, Ingmar Bergman)

Este 'silencio de Dios' es una de las preocupaciones habituales del cine de Bergman: el coqueteo entre la fe en el más allá, en la esperanza y el sentido y la búsqueda de verdad en la figura de Dios y el sentimiento de angustia y de vacío ante la nada. Cristo dudó de Dios en la cruz, ante su dolor; del mismo modo, el ser humano jamás obtendrá respuesta en vida a sus dudas metafísicas. El cáncer de Agnes sólo puede ser un camino a Dios (el pastor le dice que ha sido elegida por Dios, con gracia, y que debe estar orgullosa de ser merecedora de tal dolor; aunque ni él mismo está seguro de lo que dice) u otra prueba de lo absurdo que es vivir, del dolor intrínseco a la vida y de la finalidad sin fin. Tánatos como grito y Eros como susurro (en las máscaras, en la mentira de las personas y, sobre todo, en el personaje de María, interpretado por Liv Ulmann).

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'La piedad' del Vaticano (1498-1499, Miguel Ángel)
Fotograma de 'Gritos y susurros'
Continuando con la analogía entre Cristo y Agnes, esta particular 'piedad' bergmaniana, archiconocida. Bergman 'feminiza' en esta película cualquier referencia iconográfica para hablar, también, de todos los arquetipos de mujer. Para hablar de la 'mujer como madre' toma a la Virgen; para hablar de Cristo, toma a la 'mujer como hija'; para hablar de Tánatos y Eros, del mismo modo. La criada, que perdió a su niña, toma como hija adoptiva a Agnes, una mujer que 1. no abandonó nunca el seno materno (la casa); 2. vivió con celos la relación entre su madre, muerta, y su hermana María (Liv Ulmann interpreta tanto a María como, en los recuerdos de Agnes, a la madre de ambas) 3. está sola ante su sufrimiento, sola desde hace años en el hogar y con la única compañía de Ana. Esto son susurros y máscaras. Ante la muerte de un hijo, ante la muerte de una madre: la mentira para sobrevivir. La podredumbre del ser humano. Agnes como grito y María y su sensualidad, su egoísmo y su hipocresía, como susurro. El habitual, también, coqueteo de Bergman con el desdoblamiento del ser: la vida como teatro. Persona (1966) ya hace referencia, en el título y en sus imágenes, a esta preocupación bergmaniana. Una máscara es lo que se coloca delante de la cara y fue utilizada en un principio en el ámbito teatral para representar (falsear, interpretar) un personaje con mayor expresividad. La palabra 'persona' deriva de del sinónimo de máscara en griego antiguo: "persona".

Bergman deja esperanza, eso sí, a los pequeños momentos de felicidad entre los gritos de dolor. Quizás el ser humano deba aferrarse a eso.

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"LA MUERTE: ¿Tú quieres garantías? 
EL CABALLERO: Llámalo como quieras. ¿Es tan cruelmente indispensable percibir a Dios con los sentidos? ¿Por qué es necesario que Él se oculte en una niebla de promesas, expresadas a medias y de milagros que nadie ha visto? 
(La muerte se calla).   
EL CABALLERO: ¿Cómo podríamos creer a los creyentes, los que no creemos en nosotros mismos? ¿Hacia que nos tenemos que volver nosotros, que queremos creer, pero que no llegamos hasta ahí?
(El caballero se ha callado y espera una respuesta; pero nadie responde; sólo silencio…)   
EL CABALLERO: ¿Por qué no puedo yo matar a Dios en mí? ¿Por qué continúa Él viviendo en mí de una manera mansa, dolorosa y humillante, aunque yo le maldigo y quisiera expulsarlo de mi corazón? ¿Por qué a pesar de todo Él es una realidad aplastante, que no me puedo quitar de encima? ¿Me entiendes? 
LA MUERTE: Sí, te entiendo… 
EL CABALLERO: Quiero saber, quiero creer, no suposiciones, sino saber.  Quiero que Dios me tienda la mano, me desvele su rostro y me hable… 
LA MUERTE: Pero Él permanece callado…
EL CABALLERO: Clamó en la oscuridad, pero no parece haber nadie allí… 
LA MUERTE: Quizás no hay nadie allí…
EL CABALLERO: Entonces la vida es un horror atroz. Nadie puede vivir abocado a la muerte, sabiendo que no hay nada. 
LA MUERTE: La mayor parte de los hombres no piensan ni en la muerte,  ni en la nada."

(Diálogos entre el caballero y la Muerte en 'El séptimo sello' (1958, Ingmar Bergman)


(Artículo escrito como complemento a esta entrada publicada el 3 de enero de 2015, en mi primer acercamiento a 'Gritos y susurros').

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