Buscador

5 de enero de 2015

Zatoichi (ídem, 2003), de Takeshi Kitano


"Incluso con los ojos abiertos... No soy capaz de ver nada...".


Japón, siglo XIX. Zatoichi es un samurái errante que vive de sus ganancias del juego y de su labor como masajista. Un día, un pueblo en las montañas, gobernado con filo de acero por la banda de Ginzo, se cruza en su viaje. Zatoichi y su nuevo y fiel amigo Shinkichi conocen a una pareja de geishas, bellas, pero con un aire peligroso. Okinu y su hermana, Osei, han llegado a la ciudad para vengar el asesinato de su familia a mano de una banda yakuza, y la única pista que tienen de aquel incidente es un nombre: Kuchinawa. 



Como lo haría Yojimbo a manos del maestro Akira Kurosawa, aparece aquí un Zatoichi errante a las afueras de un pueblo en las montañas. No es que ambos hitos de la espada en la cultura cinematográfica japonesa se parezcan entre sí — Zatoichi es más perro-viejo y, sobre todo, RUBIO — sino porque ambos están presentados, en esta — Zatoichi (2003) — y en aquella — Yojimbo (1961) — con la misma misma maestría, con la misma gracia. Nos encontramos ante la revisión posmoderna de uno de los clásicos de la filmografía japonesa por excelencia: la saga de Zatoichi, personaje que aunque naciese de inicio en la literatura a manos de Ken Shimozawa, se popularizó con su aparición en la gran pantalla. Desde 1962 a 1979 se hicieron veintiséis películas del personaje, hito que podríamos comparar con Godzilla — o Gojira — o con la saga cinematográfica de Tora-san, aunque en muchísima menor medida — ¡48 películas hasta 1995! —. Takeshi Kitano es quien se encarga esta vez de adaptar e interpretar la historia a nuestros tiempos, y bajo su peculiar estilo nos ofrece un ejercicio cinematográfico muy especial y muy propio, alejándose de la narrativa clásica y prototípica impuesta en el género chambara — de samuráis — tan propio, sobre todo, de mediados de s. XX en Japón, cuyos mayores exponentes podrían ser Akira Kurosawa o Masaki Kobayashi.


Se van destapando desde el principio hasta cuatro o cinco frentes distintos con un nexo común: el mismo pueblo. Zatoichi, el masajista ciego y errante; el portentoso samurái, ajeno a todo lo que no sea prestar atención y protección a su amada o protegida enferma, la que durante la cinta reprocha al mismo sus actos en pos de esa misma seguridad, aunque a él parezca darle igual, pues incluso podemos verle disfrutando de ciertas acciones no precisamente bondadosas — aunque obligatorias si eres un samurái que se precie —; por otro lado a las geishas sedientas de sangre y venganza, buscando pistas alrededor del asesinato de su familia y, por último, el clan o los clanes yakuza que dominan la zona y a los lugareños, a los que someten a sus duros impuestos. Cuando desde estos frentes varios caminos se juntan, empieza el verdadero conflicto, que acabará en una espectacular y efímera lucha entre Zatoichi y el samurái guardaespaldas.


El filme de Kitano es, sobre todo, un ejercicio de estilo increíblemente libre y divertidísimo, que aboga por las medias tintas entre la comicidad y el tomarse en serio a sí mismo. Las escenas de acción están filmadas con maestría, y pocas veces se puede hablar de recursos digitales como la sangre repercutiendo positivamente a la estética de esa forma. Si os gustan los samuráis y el cine de Tarantino, o el manga, pues considero que tiene bastantes recurrencias de lo que arquetípicamente puede significar un cómic japonés cualquiera — el baile entre lo cómico y lo serio, las escenas de acción y la gran variedad de personajes —, si os gusta eso, seguro que Zatoichi os encanta. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo